El mejor delirio de mi vida

Llegué a finales de mayo de este año a la Isla del Encanto para esta vez quedarme. Quise un cambio radical en mi vida, y así lo hice.  Me desprendí de mis pertenencias en Atlanta donde residí por casi tres décadas. Solamente me traje conmigo lo esencial, y empecé desde cero. 

By Jerry Valentín

Ajustarme me ha costado. Una parte de mi corazón se quedó con mis seres queridos que residen allá. Al comparar a mi pueblo natal, Aguadilla con Atlanta, a veces siento que estoy en un tercer mundo. Sin embargo, una ciudad tan progresista como Atlanta nunca me embriagó de la magia que reina en la Isla del Encanto.

Aún con su burocracia absurda que el gobierno nos ha impuesto, sus limitaciones y los devastadores efectos del huracán María, sintiéndose todavía en nuestra economía, reconozco que como Puerto Rico no hay otro lugar en este mundo.

By Jerry Valentín

Permitirle a mi lengua que converse todo el tiempo con el sonoro canto del puertorriqueño es un deleite. Observar como todos expresan con sus manos la música que emana de sus alegres cuerpos, me contagia del mismo júbilo.

Las típicas expresiones como “ay bendito’, “mija”, “válgame Dios”, y las palabras en Spanglish como “janguear” y “parisear”, decoran con un ritmo divino el parloteo boricua. Al palpar la hospitalidad de mi gente conforme a la bondad de los indios Taínos, una fuerza interior me inspira a dar lo mejor de mí.

Después del huracán María, los puertorriqueños unieron sus corazones para brindar apoyo y consuelo a los necesitados. Sumergidos en una oscuridad total que abarcó al país, la luz de sus espíritus se compenetró con el brillo de las estrellas.

by Jerry Valentín

Hay quienes dicen que esta isla no es segura por el alto nivel de crimen. Otros alegan que el puertorriqueño es un vago y un oportunista. Y ahora, nuestro gobierno ha perdido su credibilidad ante los ojos del mundo. ¿Qué será de nosotros? Oigo exclamar a algunos con desdicha en sus miradas.

A pesar de la corrupción política que nos mancha, el peligro que algunos insisten en ver en la isla, y la fama de perezosos que nos señala; podré darle la vuelta al mundo, y nunca sentiré en ningún lugar lo que siento en mi patria.

Aquí nací, y aquí espero morir cuando llegue mi momento. Pisando mi tierra sagrada, y envuelta entre su magia que vibra en sus estrellas. Cada día amaneceré con un corazón agradecido por mi isla bendita. Daré las gracias mil veces por su madre naturaleza que milagrosamente se recuperó de María en tan corto tiempo. Por la brisa refrescante que se entrelaza con el roce de las olas del mar. Por el continuo canto glorioso de las aves risueñas, columpiándose jubilosamente entre las ramas.  Por los hipnóticos preludios que los coquíes componen después de un aguacero. Por los utópicos atardeceres, obsequiándonos a veces arco iris hechizantes. Y cuando alguien me quiera alegar que vivir en Puerto Rico es una locura, declararé con orgullo que este es el mejor delirio de mi vida.

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