El sueño del jibarito

Mientras la plateada luna está radiantemente envolviendo al oscuro cielo, el jibarito monta toda su cosecha en su yegua, y ansiosamente se dirige al mercado de San Juan, donde él sabe que puede vendar todos sus productos. El silencio de esa serena noche se compenetra con un solemne himno de júbilo. Durante su trecho rústico, el jibarito baja lleno de alegría, felizmente cantando, y anticipando un gran día en el mercado.

Su yegua está rítmicamente trepidando porque puede percibir en el canto de su amo la dicha que llena el fresco aire de esa mañana gloriosa. Sus pensamientos alcanzan a un mundo de posibilidades, donde el jibarito espera poder comprarle un traje nuevo a su madre. Con un corazón agradecido, le dice a Dios cuanto desea sorprender a su familia con regalos, y ayudar a sus vecinos con las ganancias de su ventas.

Por Luis Germa Cijiga www.estudiocajiga.com
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Cuando finalmente llega a la ciudad, un sol radiante le da la bienvenida. Más sin embargo, el júbilo del jibarito se desvanece cuando se encuentra con un mercado desierto. Al ver a alguien en la distancia, le grita con una gran sonrisa; “¿quiere cultivos frescos y deliciosos? Le doy un buen precio.” Pero aún así, una apatía se posesiona de la hermosa mañana, escuchando de respuesta; “no tengo dinero.”

Aquel largo día pasa lentamente y el jibarito no vende ni un sólo fruto. Su yegua lo mira tristemente, sintiendo el pesar de su amo. De regreso a su casa, en vez de cantar, el jibarito va llorando, preguntándole a Dios que será de su querida isla si las cosas no mejoran.

El gran compositor, Rafael Hernández, describe en su canción, Lamento Borincano, la situación económica en Puerto Rico durante la Gran Depresión. El jibarito enfrentó años muy difíciles para mantener a su familia. Aunque careciera de educación y su condición fuera muy pobre, el jibarito heredó de los antepasados indígnenos la magia que llenaba su corazón de dicha. La hospitalidad era una de sus mejores virtudes, y a pesar de lo dificultosa que las cosas estuvieran en la isla, él siempre se sintió muy orgulloso de ser un Boricua.

El nombre jíbaro fue derivado del lenguaje taíno, significando gente del bosque. Al aprender a vivir en armonía con la naturaleza, él encontró un paraíso en los pueblos campestres de Puerto Rico. Debido a que el jibarito era un Boricua analfabeta, mucha gente llegó a subestimar su sabiduría, categorizándolo como alguien inferior.

Se distinguió por sus amplios talentos y así como los Taínos, la cultura puertorriqueña ha heredado muchas de sus costumbres y tradiciones; mencionando como ejemplo al lechón a la varita. La música fue un gran componente en su vida, expresándose como poeta, compositor y cuentista. No tenía dinero para pagar la electricidad y por eso, en vez de mirar la televisión, le gustaba reunirse con sus vecinos para componer canciones con sus instrumentos de percusión que construía manualmente.

Ya no se acostumbra a encontrarse a un jibarito en la isla. Más sin embargo, de vez en cuando uno puede encontrarse a uno viviendo en una región montañosa de esos pueblos aislados de la ciudad metropolitana.

Recuerdo cuando tuve la dicha de conocer a un jibarito anciano durante mis años de universidad. Me gustaba visitarlo porque él disfrutaba al contarme muchas historias verídicas del siglo anterior en la isla. Así como los indios Taínos, él veneraba la naturaleza y me aseguraba que si aprendemos a percibir la magia a través de la madre naturaleza, nuestras vidas se enriquecerán con gratitud.

La expresión favorita que él decía era; “La vida es como las olas del mar, situaciones vienen y van con la corriente del océano, y depende de nosotros decidir si queremos aprender a navegar suavemente ese mar, o a ahogarnos en su profundidad.

Un día le pregunté a mi sabio y viejo amigo; “¿cuál es el sueño del jibarito?” El hizo una pausa prolongada para pensar en su respuesta, y con una sonrisa en sus ojos me dijo; “que todos los puertorriqueños aprendan a querer la isla como yo la quiero…”

“¿Qué le gustaría que los puertorriqueños hicieran?” Yo le pregunté para oír su contestación que se hacía eco de la brisa de aquel día. “Me gustaría que vean la magia en la naturaleza y que aprendan a respetarla. El coquí es el hada de Puerto Rico que nos trae armonía. Desafortunadamente, todavía hay mucha gente ciega e ignorante.” Declaró el jibarito con dolor en sus ojos oscuros.

Mi amigo falleció hace ya dos décadas atrás. Cada vez que escucho la canción Lamento Borincano, lo recuerdo como a un ser que vivía en un mundo de magia. Los Taínos fueron muy buenos maestros para los jibaritos. Y así como mi gran amigo el jibarito, yo también me siento muy orgullosa de ser Boricua, agradeciéndole a nuestros antepasados el gran patrimonio que hemos heredado.

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